Paladear con el cerebro
Francisco Javier Cudeiro Mazaira
Madrid, 2012
Fina Comas, en su blog Cuina Cinc, nos recomendó este libro. Atendí su
consejo, me hice con el libro y ahí van unos
cuantos párrafos para hacernos una
idea del tema.
Índice
PRÓLOGO
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Hoy los
chefs no preparan platos para alimentar a la gente. Esta es una especialidad de
supervivencia que en los países desarrollados es obviada continuamente. Se come para disfrutar, no para
sobrevivir. Los modernos chefs buscan el impacto sobre los sentidos con sus
mezclas de olores, colores, sabores y texturas, y a veces incluso sonidos, para
llevar estos sentidos al extremo. Así, se generan experiencias sensoriales imposibles de experimentar de otra forma.
Y este es el verdadero atractivo de la
cocina moderna.
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Juan Lerma
Presidente
de la Sociedad Española de Neurociencia
INTRODUCCIÓN. Y
en esto llegó Manuel (o la idea)
…
En
esta obra pretendo ofrecer algunas pistas para que el lector curioso pueda
entender lo que ocurre cuando disfruta una
experiencia gastronómica: ¡cómo es posible que siempre tenga un hueco para
el postre?, ¡qué extraño que mi hijo no soporte los sabores amargos!, ¿por qué
disfruto tanto viendo comer a otros?, qué raro ¡parece que con oler esa comida
ya me siento lleno!, ¿por qué será tan placentero comer? Todas las respuestas
se encuentran escritas en las células
nerviosas, como si se tratara de aquel cuento de Borges en el que todos los
libros del mundo ya estaban escritos. Solo necesitamos hacer la pregunta
correcta e iniciar la búsqueda adecuada, y se me ha ocurrido que el viaje siempre será mejor y más ameno en compañía.
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“A lo mejor, y
con la ayuda del lector, conseguimos crear un clima de complicidad y asombro y
hasta una nueva disciplina: la “neurogastronomía”. Sería un cálido
homenajes a Montalbán y una enorme satisfacción personal”.
Francisco Javier Cudeiro Mazaira
Catedrático
de Fisiología Humana en la Universidad de A Coruña.
¿Ha visto usted a una
bacteria cocinar su alimento?
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Somos
la única especie que hace cientos de miles de años ha colocado la cocina en el
núcleo de su repertorio vital debido a todas las ventajas ya mencionadas, con
el añadido de que cocinar también mata las bacterias e inactiva muchos
venenos naturales, lo que se convirtió en una mayor garantía de supervivencia.
Una vez empezamos a comer alimentos cocidos, blandos y suaves, las mandíbulas y
los dientes dejaron de ser necesarios para mascar sin cesar y se volvieron más
pequeños y delicados.
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La célula que quiso ser
presidente y otros misterios del mundo interior
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Y es
que el poder de la palabra apabulla,
es la que realmente hace que el mundo sea pequeño; la palabra da la vida y
también la quita.
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La
importancia de la palabra me trae a la memoria una anécdota que cuenta con
especial gracia un gran científico y amigo, el profesor José María Delgado
García, y que dice así: en un bar de Sevilla, en el que sirven tapas de un
magnífico lomo al whisky, una vez le preguntó al camarero en qué momento se le añade el whisky
al guiso. Y el camarero contestó: en el
momento de escribirlo. En el momento de escribir el nombre de la tapa en la
pizarra es cuando se añade el whisky al
lomo de cerdo. Las palabras dan ese toque especial a los estofados y crean para
nosotros el mundo que conocemos, el que vivimos e incluso el que podemos soñar.
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El increíble caso de la Dra.
Regard (y
otras historias)
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Un buen
día ingresó en el servicio de urgencias del Hospital Universitario de Zúrich un
hombre al que bruscamente se le había desarrollado una parálisis parcial con disminución de la fuerza en la mitad
izquierda del cuerpo. El examen radiológico demostró una hemorragia en la parte
derecha del cerebro, la responsable de los síntomas observados, e
inmediatamente se inició su tratamiento.
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En
lugar de retomar su antigua ocupación como comentarista político, Raimundo de
olvidó de su trabajo y comenzó una nueva etapa como crítico gastronómico, actividad que desempeña de forma exitosa.
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De
alguna manera, es intuitivamente sencillo imaginar que el cambio acontecido en los circuitos
límbicos de Raimundo favoreció el tinte emocional de todo lo que tenía que
ver con el acto de comer y, fundamentalmente, su disfrute.
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Vivir del aire
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Curiosamente,
también en el año 1997, el cocinero de un conocido restaurante de Roses, en
Gerona, introdujo en su oferta culinaria un plato provocador que tuve la
oportunidad de probar y que algunos, a priori, tildaron de tomadura de pelo: la
espuma de humo. La descripción
perceptiva de lo que el comensal experimenta al probarla es difícil de relatar.
Sin embargo, si es fácil explicar que el hecho de introducir en la boca lo que,
literalmente, era casi nada evocaba un
intenso sabor. Estoy seguro de que ustedes ya se imaginan por qué camino
ponía a funcionar nuestro cerebro: efectivamente, la vía retronasal. Dudo mucho que aquel cocinero conociese los principios de neurociencia que pueden explicar
la potente percepción que se consigue con su plato, pero estarán de acuerdo con
migo en que fue un adelantado a la
ciencia.
¿Sueñan los androides con
platos precocinados?
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De
acuerdo a lo descrito hasta aquí, el sistema
límbico es el causante de que orientemos nuestros actos a obtener
satisfacción. ¿Significa eso que el disfrute continuado ante un maravilloso
menú, largo y estrecho, es responsabilidad del cerebro emocional que
compartimos con otros muchos mamíferos? Bien, aunque es posible que un gato
consuma con placer un plato de sushi, tengo mis dudas de que el refuerzo
obtenido sea superior al de comer enlatados. Creo, más bien, que los mecanismos del placer, cuando nos
referimos a la especie humana, están imbricados
con la gran expansión de la corteza
cerebral y vinculados al intelecto,
lo que nos permite obtener el placer básico por el alimento que colma nuestras
necesidades nutricionales y garantiza la supervivencia un día más. Pero, al
mismo tiempo, nos ofrece un nuevo universo lúdico de disfrute, en donde la
combinatoria de los sentidos, la experiencia previa, la reflexión y la
imaginación forman la base de una nueva y cambiante, nunca monótona, experiencia perceptiva.
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“Supertaster”
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La
división propuesta por la Dra. Bartoshuk se relacionaba con las características genéticas de los individuos
y con las distintas variaciones que puede presentar un gen (lo que se llama polimorfismo), de manera que este
carácter depende de si un determinado sujeto ha recibido de sus padres genes dominantes para el mismo, lo que
haría que se manifestase, o bien genes
recesivos, en cuyo caso no lo haría. Si los dos genes recibidos de los
progenitores son dominantes, el sujeto estaría en la categoría de “superdegustador”; si los dos son
recesivos, se encuadraría en la de degustador nulo, quedando la categoría
restante para los que reciban un gen dominante y otro recesivo, los gustadores
intermedios.
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¡El placer es suyo!
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El entorno alimentario que nos ofrece
nuestra acomodada sociedad de la abundancia podría estar produciendo, junto al
evidente impacto sobre la masa corporal y la salud, un nuevo elemento que
podría unirse a los problemas psicológicos de las otras actividades movidas por
el placer, como el uso recreacional de
las drogas y el juego compulsivo.
Esto pone de manifiesto, una vez más, la necesidad de educar a la ciudadanía en
las virtudes de los buenos hábitos y
de la moderación alimenticia,
explicando con claridad que una adecuada elección y preparación de los
alimentos puede ofrecer la carga de palatabilidad
necesaria para convertir nuestra comida en un acto placentero, sin necesidad de que cada bocado conlleve una
agresión para la salud.
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Emociones a través de los
demás
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Existen
evidencias muy curiosas que demuestran la influencia de lo que nos rodea a la
hora de sentarnos a la mesa. La tendencia general es que comemos más cuando estamos en compañía, y el efecto depende del número de personas y de la cantidad que coman los que nos
acompañan.
La
forma habitual de ver el problema es que, a la hora de elegir los alimentos,
los aspectos sensoriales constituyen los factores determinantes. Un buen
aspecto, un buen olor y un buen sabor nos dispondrán para que nos decidamos por
un alimento e influirán en la cantidad que comeremos de él. Todo ello va unido
al componente de placer que nos proporciona ingerir una comida con unas
características determinadas.
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Siempre hay un hueco para el
postre
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Cuando
comemos un alimento concreto hasta saciarnos, podemos comprobar que, si el menú
es variado, nuestra apetencia (y disfrute) hacia otros alimentos distintos
permanece intacta. Este efecto de saciedad
selectiva está íntimamente relacionado con la información sensorial que
tenemos sobre la comida, de manera que el color, la textura o el olor del
alimento son aspectos determinantes, hasta tal punto que un alimento similar en
sus características sensoriales a aquel con el que nos hemos saciado también
producirá un efecto parecido, es decir, desagrado. Rolls observó que las neuronas de una parte de la corteza órbito-frontal disminuían su actividad cuando el
sujeto experimental había consumido hasta perder el interés un producto
determinado, pero dichas neuronas seguían
funcionando vigorosamente cuando se ofrecía un alimento diferente. En definitiva, esto hace bueno el dicho de
que “Para el postre siempre hay un hueco”.
…
Sonidos coloreados con sabor
dulce
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En
realidad, todos tenemos un poco de sinestésicos;
se puede entender muy bien cuando pensamos en la comida y el lenguaje que
utilizamos para referirnos a ella, repleto de metáforas. Diremos que el queso
parmesano es “agudo” en la boca, que un mejillón es “resbaladizo” o que un
ginfizz es “eléctrico”. Por supuesto, nada es así realmente, pero para nuestra
percepción resulta una descripción cómoda en la que, de alguna forma, se cruzan
los sentidos. Es posible que la moderna gastronomía, al intentar más ir allá
del aspecto puramente nutricional, haya descubierto, sin quererlo, las
posibilidades del cerebro para crear productos nuevos partiendo de sensaciones
conocidas, y que su mayor atractivo, su punto real de modernidad, la mejor
marca distintiva, sea conseguir con cada plato, no solo una obra visualmente atractiva,
una explosión de sabores y texturas, sino una
dimensión adicional, emergente: conseguir acercarnos a la sinestesia, la
alucinante combinatoria perceptiva.
Gracias, Sebastián,
ResponderEliminarUn buen libro. Un buen día!
Para revisar y poner al dia algunas ideas
Saludos,
Creo que también tendré que hacerme con un ejemplar de este libro. Lo leído aquí me parece jugoso e interesante. Saludos
ResponderEliminarAmigo Xesco:
ResponderEliminar¡Cómo pasa el tiempo!
Siempre tomo nota de la sugerencias de Cuina Cinc. Visita librerías y está al día.
Un saludo,
Sebastián Damunt
Amiga Fina:
ResponderEliminarLo de “neurogastronomía” se me antoja complejo. Sin embargo lo del “lomo al whisky” es genial.
Un saludo,
Sebastián Damunt
pues si Sebastián,
EliminarQue curioso!! En 2011 uno de los grandes neurocientificos dedicado al estudio del olfato por decadas, Gordon M. Shepherd, publica un excelente libro "Neurogastronomy: How the Brain Creates Flavor and Why It Matters" y en el 2012 sale este otro libro....
ResponderEliminarAmigo Anónimo:
Eliminar¡Buen comentario! Se nota que dominas el tema.
Un saldo,
Sebastián Damunt